sábado, 6 de octubre de 2012

ARTÍCULO DE OPINIÓN DE JUAN DE DIOS REGORDÁN DOMÍNGUEZ

                                                    NUEVOS EMPRESARIOS

     Se ha dicho que las pequeñas y medianas empresas eran las que creaban más puestos de trabajo. La realidad ha sido que muchas de ellas han tenido que cerrar su actividad, ahogándose ilusiones y trabajo bien hecho. En estos momentos de desamparo por la falta de puestos de trabajo en las grandes empresas, que han aprovechado la crisis para ganar más con el menor gasto, se hace necesario pensar y reflexionar como personas libres y buscar caminos de esperanza para que vuelva la ilusión, sobre todo de los jóvenes, con el convencimiento de que todo tiene solución.

     En la actualidad, muchos pretenden pensar que no deben nada a nadie, si no es a sí mismos. Piensan que sólo son titulares de derechos y con frecuencia les cuesta madurar en su responsabilidad respecto al desarrollo integral propio y ajeno. Los pobres son en muchos casos el resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano, bien porque se limitan sus posibilidades (desocupación, subocupación), bien porque se devalúan los derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia.

     La desilusión, la falta de esperanza y creer que los cambios vendrán de arriba, del poder, del capital, no lleva a la solución de los problemas actuales. Hoy hay que cambiar de mentalidad. La palabra “empresario”, por ejemplo, debe abandonar su significado “profesional” para asumir una dimensión del trabajo distinta. Hay que pasar de lo puramente mecánico y burocrático a relaciones humanas. El trabajo, como “acto humano” tiene la posibilidad de dar la propia aportación a la labor del trabajador-empresario, de modo que “él mismo” sea consciente de que está trabajando en algo propio y que sirve para algo.

     Todo trabajador se ha de convertir en creador. Precisamente para responder a las exigencias y a la dignidad de quien trabaja, y también a las necesidades de la sociedad, existen varios tipos de empresas, más allá de la pura distinción entre “privado y público”. Es cuestión de analizar las necesidades de servicios y la capacidad de aportar ideas y solución a todo aquello que sea posible llevar a cabo. Del intercambio de ideas y proyectos se puede llegar al convencimiento de la necesidad de la cooperación y la solidaridad. La solidaridad, que debe ser un hecho, es un beneficio para todos.

     Signos positivos del mundo contemporáneo son la creciente conciencia de solidaridad de los pobres entre sí, así como también sus iniciativas de mutuo poyo y su afirmación pública en el escenario social, no recurriendo a la violencia, sino presentando sus carencias y sus derechos frente a la ineficiencia o a la corrupción de los poderes públicos. La interdependencia debe convertirse en solidaridad, fundada en el principio de que los bienes están destinados a todos. Y lo que la industria humana produce con la colaboración de las materias primas y con la aportación del trabajo, debe servir igualmente al bien de todos.

      La solidaridad nos ayuda a ver al “otro” no como un instrumento cualquiera para explotar a poco coste su capacidad de trabajo y resistencia física, abandonándolo cuando ya no sirve, sino como un semejante nuestro, una ayuda. De esta manera, la solidaridad es un estímulo que ayudará a los Nuevos Empresarios, sobre todo a los jóvenes, a dar pasos hacia el desarrollo y la construcción de una nueva sociedad justa y más humana. La paz social es inconcebible si no se logra reconocer la interdependencia, y la transformación de la mutua desconfianza en colaboración. Colaboración y Solidaridad serán los signos propios de los Nuevos Empresarios.


Juan de Dios Regordán Domínguez
juandediosrd@hotmail.com